miércoles, abril 03, 2013

La homilía de Pascua que nunca será

Esta noche, después de haber caminado por las calles del pueblito siciliano donde me encuentro, después de un tiempo de compartida, el silencio. Y la espera.

Las ganas de escribir como siempre. Tal vez, más que siempre. Porque hay tanto para decir. El silencio engendra palabras nuevas, amontonadas en el corazón y la cabeza.

Y como sé que mañana no predicaré (y probablemente tampoco la Pascua que viene... ni la otra), me lanzo a la escritura como para despuntar el vicio de cura al menos a través del texto tipeado.Quién sabe, tal vez algún hermano cura se beneficie de mis divagues.

Recorro de vuelta las lecturas de la vigilia. Y esta vez me brota un hilo conductor. La historia de la salvación, esa que caminamos del Génesis hasta la Resurrección en la noche pascual, es la historia de los imprevistos. De una irrupción de vida donde sólo parecía reinar la muerte. La inesperada llegada de una novedad. Una novedad llamada Dios.

Muchas de estas historias son cuento viejo. El caos (Génesis); los oprimidos perseguidos (Éxodo); la desesperanza de los vencidos (Ezequiel); la muerte del inocente (Evangelio). Y sin embargo, sin embargo, donde parece que todo es "más de lo mismo", se da la ruptura.

Hay una palabra que trae consigo algo distinto. Una palabra de orden, de amor, de esperanza. Alguien dice que las cosas pueden ser de otra manera. Pero no sólo lo dice, sino que lo hace. Y al hacerlo trae consigo una vida nueva.

Ese alguien es Dios. Dios y su Palabra. Palabra que se expone, que se dona, que se regala. Una palabra que se juega y pasa por la muerte. Es Jesús. Dios nos dijo todo lo que nos quería decir en Él. Lo vimos ayer en la cruz. No se guardó nada. Sus últimas palabras: perdón para los hombres, esperanza para el pecador, confianza para con Dios. Uno podría pensar, sin embargo, que todo eso queda en la nada. Palabras lindas que se mueren con Jesús en en el Gólgota del "otra vez lo de siempre".

Al resucitar, vemos que las cosas nunca más serán así. Que a partir de Jesús resucitado no existen los callejones sin salida. Se nos abre una ventana aún en los encierros más negros. El sepulcro vacío nos dice que ya no hay tumba que permanezca tapada para siempre.

Esto no es un hecho del pasado. Este es nuestro hoy, lo que hoy se nos ofrece, como le dice Jesús al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo". Hoy, acá, ahora: Jesús nos invita a vivir la resurrección. A tomar conciencia que somos partes de este acontecimiento. Somos un pueblo de resucitados.

Por eso esta noche hemos recibido luz. Y seremos rociados con agua. Agua y luz. Símbolos de vida por excelencia. Para recordar lo que hemos recibido y que siempre en vive en nosotros. Un amor que disipa tinieblas y nos vivifica permanentemente.

Esta noche nos compromete. Si hemos descubierto que la historia, nuestra historia puede cambiar; si pudimos gustar al menos un poco de este amor nuevo, entonces no podemos sino compartirlo. Hemos recibido una palabra que hace algo nuevo del mundo viejo; una mirada que puede descubrir los brotes del Reino en el aquí y ahora; una esperanza que nos saca del ritmo cansino y agotador del pecado y la muerte. ¿Cómo no comunicarla, cómo no salir a buscar a todos los que hoy necesitan esta novedad? Una novedad que más que explicar, se muestra, se siente, cuando Dios está verdaderamente presente en nuestra vida.

Esta noche nos compromete. Son tantos hoy los que necesitan esta novedad... tantos que están tentados de resignación y de tristeza porque piensan que "no hay nada nuevo bajo el sol". Tantos que han sido convencidos por aquellos a quienes les conviene esta mirada vieja, de que "no vale la pena intentar". Tantos que no pueden creer en la novedad simplemente porque nadie les ha ofrecido un gesto de cercanía y amor, la novedad por excelencia.

Esta noche nos compromete. Salgamos a buscar a esos hermanos. A compartir con ellos lo que se nos regala en la sencillez de esta celebración. A irradiar en el mundo lo que se respira en estos instantes: la posibilidad de una vida nueva que nos regala Dios. La certeza de un amor distinto, que viene de Jesús y de su Espíritu. El anticipo de unos cielos y una tierra nueva.

Unos cielos y una tierra nueva que empiezan en la resurrección de Jesús, siguen en nuestra vida... y quieren llegar a todos y todo.

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