sábado, diciembre 24, 2011

Hamlet versus Leeroy Jenkins: el intrincado arte de la decisión




Uno de mis mayores agradecimientos a la educación secundaria que tuve es haber conocido a Shakespeare. Recuerdo perfectamente mi fascinación.Si bien era difícil de entender por momentos, cada página era un bosque lleno de imágenes tan sugerentes que hacían valer la pena el esfuerzo. Entre todos los textos leídos en aquel entonces, ninguno me gustaba tanto como el famoso soliloquio de Hamlet. "Ser o no ser"... y en realidad todo "Hamlet" gravitaba en torno a la decisión de actuar o no (o al menos hasta ahí llegaba mi comprensión de la obra en ese momento). ¿Qué hacer? Tantas posibilidades, miedos, dificultades... "y así el nativo color de la resolución enferma por el hechizo pálido del pensamiento". La percepción de la realidad, de sus variantes infinitas (y los sufrimientos que elegir una de ellas puede generar) paraliza el corazón. 



Pero no todos sufren el problema de pensar demasiado. Hace cinco años un video en Youtube viralizó una iniciativa tan audaz como suicida. Por suerte, sólo provocó muertes virtuales. En una sesión de World of Warcraft (un juego de rol online en el que participan más de diez millones de personas), un grupo de amigos planifica con hamletiana reflexión entrar en un cuarto lleno de peligros. Leeroy (que evidentemente no está escuchando) lanza su nombre como grito de guerra (grito repetido también hasta  el hartazgo en mil versiones de Youtube) y se arroja en el cuarto sin premeditación. Sus compañeros lo siguen, insultándolo por su falta de respeto a la estrategia que termina produciendo la muerte de todos. 



Estos dos personajes representan los extremos que más de una vez se nos plantean a la hora de decidir. Y cada uno de nosotros oscila un poco entre uno y otro. Están los Hamlets, conscientes de las consecuencias, los riesgos, las perspectivas y por eso mismo siempre tentados de inmovilismo; y los Leeroys arrojados de cabeza al fragor de la batalla sin medir peligros ni implicaciones. 

Tal vez haya algo en común en estos dos puntos aparentemente en contra: los dos tienen una pretensión de control. Hamlet quiere tener todo claro antes de actuar; Leeroy se siente invulnerable. En el fondo, se parecen bastante. Porque quiero controlar el curso de las cosas, las pienso hasta el cansancio; porque creo que las domino, me lanzo sin más. 

Probablemente una clave para salir de esta antinomia sea el cultivar una prudente humildad: una conciencia de nosotros mismos que nos haga siempre darnos cuenta de nuestra fragilidad, para medirnos y medir las consecuencias a la hora de decidir. Pero al mismo tiempo esta humildad nos libera de la pretensión de saber y controlar todo. Por eso nos permite arrojarnos a pesar de no tener todo  resuelto.

En esto nos ayudamos mutuamente unos a otros. Los Hamlets daremos miradas y perspectivas que ayuden a sopesar una opción; los Leeroys nos ayudarán a no sucumbir a la tentación de esperar a que todo esté meridianamente claro. Y seguiremos dando pasos en el delicado y fundamental arte de elegir, que da forma y sentido a nuestra vida. 

lunes, diciembre 12, 2011

Cuando un camino se cierra

Hace unos meses un proyecto que venía gestando y esperando se vino abajo sin aviso. En su lugar se presentó otra posibilidad a perseguir, distinta de la que yo quería. No voy a negar que refunfuñé bastante. Al poco tiempo me junté a charlar con un sacerdote amigo. El cura escuchó mis cuitas con atención y empatía y una vez que había terminado me dijo: "Bueno Edu, será cuestión de empezar a amar ahora este proyecto nuevo que surgió... porque es el único que existe". Aplastante, pero cierto. 

Es muy difícil aceptar que algunos sueños se rompen y en su lugar se nos presenta un camino que no fue elegido ni buscado. Podemos protestar todo lo que queramos; pero el problema es que el que patalea se mueve mucho... en un mismo lugar, sin poder ir hacia delante. Tenemos derecho a hacer nuestro duelo. Pero después llega la hora de levantarnos, limpiarnos el polvo de la caída y empezar a andar una vez más. 

Esos momentos en que se pincha la burbuja de nuestras expectativas pueden tener verdaderas gracias escondidas. Puede que no sean lo que hubiéramos querido; pero hasta que se pueda hacer germinar semillas en el aire tendremos que aprender a sembrar en la tierra que pisamos. La única que se nos da.

¿Y quién sabe? Tal vez nos sorprendamos. El salmo 37 dice:


 Confía en el SEÑOR, y haz el bien; 

habita en la tierra, y cultiva la fidelidad. 
Pon tu delicia en el SEÑOR, 
y El te dará las peticiones de tu corazón. 
Encomienda al SEÑOR tu camino, 
confía en El, que El actuará; 

hará resplandecer tu justicia como la luz, 

y tu derecho como el mediodía. 

Confía callado en el SEÑOR y espérale con paciencia; 
no te irrites a causa del que prospera en su camino, 
por el hombre que lleva a cabo sus intrigas. 
Deja la ira y abandona el furor; 
no te irrites, sólo harías lo malo. 


Es verdad que el camino que está delante no es el que esperábamos... Y seguramente por eso en parte nos enojamos. Un proyecto frustrado nos pone delante de la certeza de nuestra finitud, del escaso (o nulo) control que tenemos sobre nuestra vida. Nos cachetea y reubica. A partir de ahora, todo es sorpresa. No hay mapas ni agendas. Sólo sendero abierto. Será cuestión de ir por él cantando como los hobbits en El Señor de los Anillos:

The Road goes ever on and on
Down from the door where it began.
Now far ahead the Road has gone,
And I must follow, if I can,
Pursuing it with eager feet,
Until it joins some larger way
Where many paths and errands meet.
And whither then? I cannot say.

Still round the corner there may wait
A new road or a secret gate,
And though we pass them by today,
Tomorrow we may come this way
And take the hidden paths that run
Towards the Moon or to the Sun.

jueves, diciembre 08, 2011

Alguien que me mire

Yo pasé junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo del amor. (Ez 16, 8)

"¡Mirame papá, mirame mamá!"... ¿cuántas veces lo habremos dicho y escuchado? La mirada de amor del otro nos consolida en el mundo, nos afirma en nuestro propio ser y valor. Somos rescatados del anonimato por la contemplación de los que nos quieren y se alegran simplemente de que seamos. 

Es verdad, sin embargo, que no siempre se nos mira bien. Puede incluso llegar a pasar que carezcamos de una mirada así. Y si no aceptamos esa herida nos llenamos de resentimiento y nuestra necesidad de que esa mirada llegue a nosotros nos domina y puede llevarnos por caminos terriblemente autodestructivos. 

Qué sanador cuando encontramos esa mirada. En un momento me animé a abrirme y a dejarme ver... y fui amado. Soy valioso y aceptado como soy. 

Cada vez más, cuando estoy delante del sagrario o del icono del Sagrado Corazón que acompaña muchos de mis momentos de oración, percibo no tanto que veo algo, sino que soy visto. Con un amor y una aceptación que sacan lo mejor de mi y disipan todos mis fantasmas.