Uno de mis mayores agradecimientos a la educación secundaria que tuve es haber conocido a Shakespeare. Recuerdo perfectamente mi fascinación.Si bien era difícil de entender por momentos, cada página era un bosque lleno de imágenes tan sugerentes que hacían valer la pena el esfuerzo. Entre todos los textos leídos en aquel entonces, ninguno me gustaba tanto como el famoso soliloquio de Hamlet. "Ser o no ser"... y en realidad todo "Hamlet" gravitaba en torno a la decisión de actuar o no (o al menos hasta ahí llegaba mi comprensión de la obra en ese momento). ¿Qué hacer? Tantas posibilidades, miedos, dificultades... "y así el nativo color de la resolución enferma por el hechizo pálido del pensamiento". La percepción de la realidad, de sus variantes infinitas (y los sufrimientos que elegir una de ellas puede generar) paraliza el corazón.
Pero no todos sufren el problema de pensar demasiado. Hace cinco años un video en Youtube viralizó una iniciativa tan audaz como suicida. Por suerte, sólo provocó muertes virtuales. En una sesión de World of Warcraft (un juego de rol online en el que participan más de diez millones de personas), un grupo de amigos planifica con hamletiana reflexión entrar en un cuarto lleno de peligros. Leeroy (que evidentemente no está escuchando) lanza su nombre como grito de guerra (grito repetido también hasta el hartazgo en mil versiones de Youtube) y se arroja en el cuarto sin premeditación. Sus compañeros lo siguen, insultándolo por su falta de respeto a la estrategia que termina produciendo la muerte de todos.
Estos dos personajes representan los extremos que más de una vez se nos plantean a la hora de decidir. Y cada uno de nosotros oscila un poco entre uno y otro. Están los Hamlets, conscientes de las consecuencias, los riesgos, las perspectivas y por eso mismo siempre tentados de inmovilismo; y los Leeroys arrojados de cabeza al fragor de la batalla sin medir peligros ni implicaciones.
Tal vez haya algo en común en estos dos puntos aparentemente en contra: los dos tienen una pretensión de control. Hamlet quiere tener todo claro antes de actuar; Leeroy se siente invulnerable. En el fondo, se parecen bastante. Porque quiero controlar el curso de las cosas, las pienso hasta el cansancio; porque creo que las domino, me lanzo sin más.
Probablemente una clave para salir de esta antinomia sea el cultivar una prudente humildad: una conciencia de nosotros mismos que nos haga siempre darnos cuenta de nuestra fragilidad, para medirnos y medir las consecuencias a la hora de decidir. Pero al mismo tiempo esta humildad nos libera de la pretensión de saber y controlar todo. Por eso nos permite arrojarnos a pesar de no tener todo resuelto.
En esto nos ayudamos mutuamente unos a otros. Los Hamlets daremos miradas y perspectivas que ayuden a sopesar una opción; los Leeroys nos ayudarán a no sucumbir a la tentación de esperar a que todo esté meridianamente claro. Y seguiremos dando pasos en el delicado y fundamental arte de elegir, que da forma y sentido a nuestra vida.