domingo, junio 16, 2013

Con vocación de fuente



A mi mamá y mi papá: ustedes son mi fuente

En una clase de antropología teológica (¡suena tan aburrido el contexto, pero nada más lejos de la realidad!), el profesor, hombre apasionado y brillante, desgranaba consecuencias de nuestro ser imagen y semejanza de Dios. Que no era ser reflejo de un Dios "genérico", sino de la Trinidad: del Padre, el Hijo y el Espíritu.

Hablando del Padre, se detuvo en la imagen de la fuente. El Padre es vertiente de vida. Y por eso mismo, en cada uno de nosotros está la posibilidad, el llamado, la responsabilidad de serlo también. Tenemos la capacidad de comunicar vida, de generar algo que nos trasciende, nos supera y al mismo tiempo nos prolonga y acerca.


Ser fuente... Un símbolo de lo más sugerente. La fuente, dice San Alberto Magno, es imagen de la plenitud del don. El vaso retiene y no da. Un canal da pero no retiene. Una fuente crea, retiene y da. Nunca se agota. La vida genera vida. Aún cuando aparentemente se desgaste. Una persona plena transmite eso. Si tenemos suerte, al menos arañamos en algún instante un poco de esa experiencia: cuando nos cansamos pero no nos agotamos, cuando experimentamos que estamos centrados aún en medio de muchas exigencias y tareas, cuando estamos presentes a aquello que estamos haciendo, cuando hay paz y alegría profundas... son signos de que algo está brotando de nuestro interior y se reparte generosamente.

Hoy celebramos el día del Padre. Más allá de la ineludible dimensión comercial, es una gran oportunidad. Para agradecer. Si estamos acá, es porque alguien, al menos por un momento, fue fuente para nosotros. Brotamos de alguien, desde alguien. ¿No es eso sorprendente? Lo más nuestro, nuestra vida, es un regalo de otros. Es el surgir de un amor. Pero lo mejor es que este milagro no se da una sola vez: continuamente se nos está dando a luz. Siempre hay alguien que nos ayuda a seguir adelante, que nos ayuda a dar un paso. Aún si los que dieron ese primer sí a nuestra vida no pudieron o no supieron, o no quisieron estar. Siempre hay alguien. Siempre hay Alguien.

Estoy convencido de que a mayor conciencia de este don, mayor deseo y capacidad de entrega. De hacernos regalo para los demás. Podremos tal vez perder algo de ese miedo que nos hace vasos cerrados, o de la angustia de ser canales que un día se agotarán. Hay un amor dentro nuestro que nadie nos puede quitar. Es nuestra raíz, nuestra identidad más profunda.

Y tal vez, tal vez, en algún momento podremos tener la certeza de que podemos ser lo mismo para otros.


jueves, junio 13, 2013

A vueltas con los sospechosos de siempre

Con el paso del tiempo uno se va encontrando con sus demonios, sus rayes, sus sombras. Y establece con ellos una relación. En los mejores casos, será un pacífica tensión el aprender a aceptarlos y sanarlos (en la medida que se pueda). No es un proceso lineal y prolijo. Creo que se parece más a bajar una escalera en espiral: uno va yendo cada vez más profundo, volviendo sobre lo mismo pero en un intento constante de crecer en libertad y verdad frente a ellos. A veces va mejor. A veces no tanto.
 
Entre los numerosos caminos para integrar ese campo de cizaña y trigo que es nuestro interior, el humor es una gran ayuda. Quita dramatismo y ayuda a tomarse las cosas con más humildad y paciencia. Un poco por eso, y otro gran poco por afición cinéfila, me gusta llamar a mis delirios "los sospechosos de siempre". Aunque espero que no haya ningún Keyser Söze entre ellos.
 
 
De entre estos merodeadores de mi mente, el que más dolores de cabeza me ha traído es el que me asalta a la hora de comenzar algo nuevo, y sobre todo en el momento de escribir. Como un tirón de mangas, o una pregunta sardónica que me distrae de lo que estoy por comenzar a hacer y me hace dudar de mí mismo. "¿Estás seguro que vas a poder?"; "¿Te va a dar el tiempo, las fuerzas, la capacidad?". Parece sutil e inofensivo, pero es una verdadera zancadilla a la voluntad. Estoy convencido de que mi tesis se demoró más por eso que por cualquier otra cosa.
 
Hasta ahora no he encontrado muchas maneras de contrarrestar la acción de este sospechoso. Trato, como siempre, de no prestarle atención. Pero sobre todo, me ayuda el concentrarme en la acción puntual. Empezar a escribir, o a hacer lo que sea que tengo por delante. Tengo la impresión de que este diablito interno es muy amigo de mi perfecccionismo. Hay una cierta pretensión de querer tener todo claro y distinto antes de comenzar que es fatal y paralizante. Que lo mejor es enemigo de lo bueno lo sabrá todo aquel que haya recibido alguna visita de este complejo.
 
Otra gran ayuda es hacer memoria. Ahora tengo por delante la tesis de doctorado. No voy a negar que por momentos me siento como si hubiera terminado de subir una montaña y ahora, en vez del reposo, tengo que aclimatarme para trepar el Aconcagua. Pero no estoy igual que antes. Hay una certeza de haber querido y haber podido. De haber sudado (¡y cómo!) pero a la larga haber acometido con éxito una empresa. Y eso me hace mucho bien. Me da confianza.
 
Con todo, ninguna de estas dos cosas es la más importante. Para mí, al menos, la respuesta está en escuchar una Voz que pronuncie más profundo sobre nosotros mismos que lo que los sospechosos nos puedan llegar a decir. Escuchar una palabra de amor. Gracias a Dios, las oportunidades no faltan para escucharlas. Alguien que nos recuerde nuestro valor, nuestra belleza, nuestra bondad. Y nos libere así de toda sospecha.


sábado, junio 01, 2013

La vida no se pone menos complicada

Hace algunos años había salido a almorzar con mi mamá. En la comida intercambiábamos opiniones sobre las cosas típicas que pueden conversar una madre y su hijo: novedades de la familia, de los amigos, de la vida personal de cada uno. Algunas situaciones que se ponían sobre la mesa eran especialmente duras o difíciles. Tal vez por eso, por un momento mamá se quedó pensativa y de golpe me dijo:

- Qué complicado, ¿no?

- ¿Qué cosa?

- Vivir. Vivir es complicado. La vida no se pone menos complicada a medida que uno avanza.

Poco después, en la reunión mensual que tengo con unos amigos del colegio, hablamos exactamente sobre la misma cuestión: esa sensación que uno tiene (supongo que es parte del momento que uno atraviesa a los treinta y pico) de estar siempre a las corridas, no llegar nunca del todo… En todo caso, la frase me ha quedado siempre repicando, y nunca me ha abandonado del todo.

Tengo treinta y cuatro años. No es la edad de las certezas ni de la estabilidad. Tal vez por eso hoy este diálogo con mi madre se me hace especialmente presente. Probablemente se deba también a que, como sacerdote, la vida me ha puesto constantemente en esos lugares donde grita con más fuerza su desmesurada intensidad. O porque, para colmo de males, tengo encargo y vocación de estudioso, y eso siempre te hace buscar intríngulis y preguntas (a veces donde no hay o no hacen falta, es cierto).

En todo caso, y sin querer hacer de esta frase de mi vieja un apotegma, no deja de ser algo que se me presenta increíblemente certero para navegar este tramo de la vida. Sobre todo porque me libera de una tentación que parece cundir en el ambiente de la gente religiosa: la de la simplificación. Reducir las cosas a blanco o negro, a bueno o malo, y (lo que es peor) hacer lo mismo con las personas y con uno mismo.

No estoy haciendo una apología del relativismo. No estoy hablando de moral. Hablo simplemente de dar un paso para aceptar la simultáneamente encantadora y lacerante condición de la existencia. Animarse a bajar al llano, donde no todo es claro y distinto, y donde los días se suceden en una vertiginosa sucesión que sólo se vuelve nítida con el tiempo. Sólo entonces uno puede ver más claro. Pero mientras tanto, caminamos tanteando. Creo que cuando aceptamos que a la vida y su rumbo, más que saberla, la vamos auscultando en el día a día para pescarle el pulso, nos hacemos más humildes. Y lo que es aún más importante, más compasivos.

Hay un gozo en ese abrazar los grises y matices. La vida se vuelve más colorida. Más insegura. Pero más libre. En última instancia, más vida. Cada día un poco más complicada. Cada día un poco más fascinante.