A mi mamá y mi papá: ustedes son mi fuente
En una clase de antropología teológica (¡suena tan aburrido el contexto, pero nada más lejos de la realidad!), el profesor, hombre apasionado y brillante, desgranaba consecuencias de nuestro ser imagen y semejanza de Dios. Que no era ser reflejo de un Dios "genérico", sino de la Trinidad: del Padre, el Hijo y el Espíritu.
Hablando del Padre, se detuvo en la imagen de la fuente. El Padre es vertiente de vida. Y por eso mismo, en cada uno de nosotros está la posibilidad, el llamado, la responsabilidad de serlo también. Tenemos la capacidad de comunicar vida, de generar algo que nos trasciende, nos supera y al mismo tiempo nos prolonga y acerca.
Ser fuente... Un símbolo de lo más sugerente. La fuente, dice San Alberto Magno, es imagen de la plenitud del don. El vaso retiene y no da. Un canal da pero no retiene. Una fuente crea, retiene y da. Nunca se agota. La vida genera vida. Aún cuando aparentemente se desgaste. Una persona plena transmite eso. Si tenemos suerte, al menos arañamos en algún instante un poco de esa experiencia: cuando nos cansamos pero no nos agotamos, cuando experimentamos que estamos centrados aún en medio de muchas exigencias y tareas, cuando estamos presentes a aquello que estamos haciendo, cuando hay paz y alegría profundas... son signos de que algo está brotando de nuestro interior y se reparte generosamente.
Hoy celebramos el día del Padre. Más allá de la ineludible dimensión comercial, es una gran oportunidad. Para agradecer. Si estamos acá, es porque alguien, al menos por un momento, fue fuente para nosotros. Brotamos de alguien, desde alguien. ¿No es eso sorprendente? Lo más nuestro, nuestra vida, es un regalo de otros. Es el surgir de un amor. Pero lo mejor es que este milagro no se da una sola vez: continuamente se nos está dando a luz. Siempre hay alguien que nos ayuda a seguir adelante, que nos ayuda a dar un paso. Aún si los que dieron ese primer sí a nuestra vida no pudieron o no supieron, o no quisieron estar. Siempre hay alguien. Siempre hay Alguien.
Estoy convencido de que a mayor conciencia de este don, mayor deseo y capacidad de entrega. De hacernos regalo para los demás. Podremos tal vez perder algo de ese miedo que nos hace vasos cerrados, o de la angustia de ser canales que un día se agotarán. Hay un amor dentro nuestro que nadie nos puede quitar. Es nuestra raíz, nuestra identidad más profunda.
Y tal vez, tal vez, en algún momento podremos tener la certeza de que podemos ser lo mismo para otros.
Hoy celebramos el día del Padre. Más allá de la ineludible dimensión comercial, es una gran oportunidad. Para agradecer. Si estamos acá, es porque alguien, al menos por un momento, fue fuente para nosotros. Brotamos de alguien, desde alguien. ¿No es eso sorprendente? Lo más nuestro, nuestra vida, es un regalo de otros. Es el surgir de un amor. Pero lo mejor es que este milagro no se da una sola vez: continuamente se nos está dando a luz. Siempre hay alguien que nos ayuda a seguir adelante, que nos ayuda a dar un paso. Aún si los que dieron ese primer sí a nuestra vida no pudieron o no supieron, o no quisieron estar. Siempre hay alguien. Siempre hay Alguien.
Estoy convencido de que a mayor conciencia de este don, mayor deseo y capacidad de entrega. De hacernos regalo para los demás. Podremos tal vez perder algo de ese miedo que nos hace vasos cerrados, o de la angustia de ser canales que un día se agotarán. Hay un amor dentro nuestro que nadie nos puede quitar. Es nuestra raíz, nuestra identidad más profunda.
Y tal vez, tal vez, en algún momento podremos tener la certeza de que podemos ser lo mismo para otros.