Algunas ideas sueltas para pensar la predicación:
1. El leccionario da dos opciones: tomar el texto con la admonición de Jesús sobre los escribas y la ofrenda de la viuda o centrarse solamente en este último episodio. La primera posibilidad puede ser interesante para hacer una contraposición, dada por el fuerte contraste entre los escribas, que gustan de ser saludados y ocupar los primeros lugares y la viuda pobre, a quien nadie ve ni escucha salvo Jesús, que saca a la luz su testimonio de ofrenda. Es interesante para una reflexión sobre la profundidad de nuestro actuar y las raíces que lo condicionan. ¿Qué mueve a este mujer a este acto de tan profunda libertad y entrega confiada? ¿Cómo se hace para vivir en esta fe entregada y ejemplar, para dar todo sin tener miedo de perderse? ¿Cómo se supera nuestra tendencia natural a movernos por la reacción de los demás, a buscar imponernos y ser reconocidos? Se puede establecer un contraluz que ayude a pensar en esto.
2. La primera lectura está sin embargo más relacionada con el segundo episodio del Evangelio de hoy. El hombre de Dios es una mediación para que la viuda de Sarepta dé un salto de fe y guste del amor providencial de Yahvé.
En el Evangelio la viuda es en cambio quien da ejemplo de confianza. No sabemos nada de ella. Pero su actitud capaz de dar todo, de dar desde la pobreza todo lo que tenía para vivir, es signo de una fe profunda y sincera. La mirada de Jesús rescata este gesto para todos nosotros.
No deja de ser interesante pensar en que esta viuda realiza un gesto de entrega total cuando Jesús se aproxima a la hora de su propia ofrenda. ¿Qué sentiría el Señor al ver a esta mujer que daba todo: su futuro, su presente, su seguridad? ¿Habrá escuchado la voz del Padre invitándolo a esa misma entrega? ¿Habrá pensado en María, viuda pobre también ella, que quedaba ahora como esta mujer, sin ninguna seguridad si perdía a su único hijo?
3. Dar todo de sí, sólo es posible si sabemos que un amor nos lleva y nos contiene. Si tenemos la certeza de que una mano nos lleva y acompaña a lo largo del camino. En general todos vivimos en medio de esta tensión: ¿hasta dónde me entrego? ¿y si sale mal? ¿Y si me lastimo, me frustro, me pierdo, fracaso? ¿Si yo no me ocupo de mí mismo, quién se va a ocupar? Si no tenemos al menos un poco de esta experiencia de cuidado, como la viuda de la primera lectura (y como seguramente tenía la del Evangelio), es imposible entregarse. Si no tengo en el corazón la certeza de un amor, no puedo dar un paso que me libere del impulso natural a defenderme y protegerme. Me lleno de temores. Necesito guardarme, preservarme de aquello que puede robarme lo más mío, de los demás, de Dios mismo que se me puede presentar exigente y amenazador.
En ese sentido como creyentes podemos hacer la experiencia sanadora del cuidado de Dios, de una providencia que nos sale al encuentro en las horas más difíciles, como en la primera lectura. Cuando uno guarda en el corazón esos pasos de Dios por la propia vida, comienza el largo aprendizaje de la confianza.
3. La eucaristía puede ser un lugar para recibir esa confianza. En ella Jesús se entrega por completo al Padre y a nosotros. Recibimos un amor que es pura entrega, pura donación de sí mismo. Es el Cristo muerto y resucitado, el Señor que dio desde su pobreza y que en la pobreza de los signos sacramentales nos abraza y acompaña. Al celebrar la eucaristía tenemos la oportunidad de entrar en comunión con ese amor. Dar cada domingo un paso más hacia esa confianza que es el corazón de la Pascua de Jesús y la fuente de nuestra fe.
Una propuesta aparejada a esta puede ser la de hacer memoria de las personas que han tenido gestos de entrega confiada con nosotros. Personas que nos han amado y nos han enseñado el camino. Para Jesús, no me cabe duda, esta mujer fue un impulso, un signo del amor de su Abbà, su papá. ¿Hemos tenido alguna persona así en nuestra vida? ¿Alguna vez hemos visto un gesto que nos lleve a entregarnos, a tener más confianza?
4. Me es imposible no hacer una lectura más comunitaria y eclesial de este Evangelio. Recuerdo cuando el Documento de Puebla invitaba a una generosidad "desde nuestra pobreza" para la misión en el extranjero. Hoy esta pobreza se agrava: pobreza de medios, de dinero, y sobre todo, de gente. Sentimos como nunca que somos pocos y poco frente a tantos desafíos. ¿No será quizás momento de abrazar esta pobreza, en vez de nostalgiar épocas pasadas? Quizás en esta conciencia de pobreza esté la oportunidad para una sorpresa de Dios, para la irrupción de algo nuevo. Así fue con la entrega de Jesús. Cuando nos entregamos en la confianza pobre abrimos el surco para que Dios siembre vida nueva en nuestra historia. Tal vez esta conciencia de límite que tenemos hoy sea un verdadero tiempo favorable para vivir algo así.