martes, octubre 23, 2012

Blog a la Carta I: La Soberbia

Pedí a amigos y conocidos temas para tratar en el blog. Salió primero que nada un pedido sobre la soberbia. Como todo lo que va aquí, se escribe a boca de jarro y sin intentar agotar ni definir nada. Pero quizás algunas cosas que surgen en la reflexión sirven.

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Santo Tomás define a la soberbia como el vicio de alguien que, por su voluntad, aspira a algo que está sobre sus posibilidades (S.Th. II-II. Q. 162, a. 1... espero recordar bien cómo se citaba la Summa). Implica un no someterse: a la norma, a Dios...

Es todo un desafío encontrar hoy una manera de hablar de la soberbia que sea al mismo tiempo accesible a nuestro lenguaje y sensibilidad contemporáneos y fiel a nuestra tradición. Hoy estamos especialmente atentos a todo discurso que niegue nuestra vocación a la excelencia. Estamos siempre llamados a más. Y muchas veces se ha acusado a la religión (no siempre sin razón) de promover y moldear personalidades pusilánimes y quedadas.

Con todo, hay un núcleo de verdad profunda, humana, que yace en la percepción del riesgo de un afán de superación desmedido. El pretender no tener límites, que se manifiesta de mil maneras, desde las pequeñas mezquindades que revelan nuestro ego inflado hasta la pretendida omnipotencia destructora que arrasa con nuestro planeta y con los pueblos.

¿Cómo se puede evitar esto? Tal vez lo primero sea reconocer que esas tendencias están dentro de nosotros. El deseo de afirmarnos a toda costa, de ganar a cualquier precio, de no dejarnos conducir ni corregir. El sentirnos inmortales e infalibles. ¿Quién puede decir que nunca ha sentido al menos un poco de esto? Yo no puedo hacerlo.

Creo que un camino posible es el de cultivar un sentimiento profundo de interdependencia. Esa conciencia de necesitar de los demás, que en general brota a través y a partir de las crisis. Es una certeza que al mismo tiempo nos ayuda a darnos cuenta que nuestros actos tienen consecuencias, tanto para nosotros como para los demás.

Al mismo tiempo, y en una clave más espiritual, el agradecimiento y la alabanza son fuentes para una vida más humilde. El reconocimiento alegre de que todo lo recibido es un don, y la mirada alabadora a Dios nos ubican en nuestro lugar y lo hacen de la mejor manera. Sin llevarnos a la amargura o el desprecio de uno mismo (que también son formas de soberbia), sino conduciéndonos al otro (y al Otro).

Y si todo eso no funciona, siempre viene bien pegarse una patinada en el suelo o un tropezón. Cuanta más gente haya alrededor, mejor.

miércoles, octubre 17, 2012

Empezando por el Padrenuestro

Como saben los que tienen la deplorable costumbre de pasar por este blog, no soy muy afín a confesiones personales (en este espacio). Sin embargo, como pasara ya en otra oportunidad, una ausencia tan prolongada amerita una explicación.

El 2012 ha sido un año de lo más peculiar. Cambios, mudanzas, cierres de etapas e inicios de otras nuevas. Concluí mi licenciatura en teología (para lo cual tuve que correr con una tesis que defendí hace un mes y medio) y comencé los estudios para el doctorado en la misma carrera. Sin solución de continuidad, como diría alguien versado en términos legales.

El tema es que el doctorado trajo consigo varias implicaciones. La más importante de ellas es que me mudé por tercera vez en el año.

A Roma.

No es la vuelta de la esquina. Así que esta última mudanza ha implicado un profundo proceso personal que sigue en curso. Con numerosos aspectos fascinantes, otros dolorosos... todos constituyen lo que hoy se presenta como un verdadero tiempo favorable.

En el medio el pobre blog, como muchas otras realidades de mi vida, quedó postergado. Pero la vida ha continuado: rica, compleja, altibajante (me permito el neologismo porque me parece sumamente apropiado). Y no dejan de haber temas para escribir, ideas para compartir y pensamientos que es necesario volcar en alguna parte.

No les voy a mentir. Parte de la demora también se debió a mi autoexigencia, que me reclamaba alguna idea magistral (o al menos magistralmente ejecutada) para volver con gloria a las canchas. Pero quizás sea mejor simplemente empezar desde esta, la situación en la que me encuentro. Al fin y al cabo el único punto de partida que puedo tener es el lugar en el que estoy. Y como me dijo una vez un sabio monje y cura en torno a la oración: "Hay veces que uno profundiza en la oración y hay veces que hay que aprender de nuevo el Padrenuestro". Así que aquí estamos. Tratando de balbucear una vez más ideas como quien ensaya las primeras oraciones para encontrarse con Dios. Con la inseguridad que da tantear entre la oscuridad a ver si esta palabra que sólo atisbo con las manos es la que realmente me lleva a la luz. Y el gozo que da vivir esa incertidumbre como un juego en el que ganamos todos.

Empecemos entonces, como se empieza el Padrenuestro.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.