“Vayan a Galilea”, dijo Jesús resucitado en el Evangelio de la Vigilia. Ir a Galilea, donde todo empezó. Los discípulos tienen que entender que el Señor Resucitado es el maestro humilde y pacífico que los llamó junto al lago y los invitó a ser pescadores de hombres. No es otro. Entonces ellos podrán darse cuenta que todo lo vivido a lo largo de ese camino tenía un sentido. ¡No era una locura! El que los convoca ahora es el mismo Jesús, ese que pasó haciendo el bien y curando, que anduvo entre pecadores y enfermos… ¡El mismo Jesús! El camino recorrido, las palabras, los gestos, tienen valor, valen la pena. La luz de la Pascua da una mirada nueva sobre la historia transitada.
Pascua quiere decir que el mal no tiene la última palabra. Que se puede seguir amando en medio de la muerte y el mal. Que podemos animarnos a vivir de una manera diferente porque Jesús, que pasó haciendo el bien, está vivo. Este es el sentido de Galilea. Nos podemos animar a hacer una opción por el Evangelio porque la Pascua nos asegura que el amor entregado nunca es amor perdido. Y que lo cotidiano, aún en sus costados más opacos y arduos se puede convertir en fuente de luz.