Escribo esto mientras un micro nos lleva a mí y a un grupo de jóvenes de mi parroquia de vuelta a Buenos Aires tras unos días de campamento en Córdoba.
La lejanía, como siempre, es generadora de pensamiento, especialmente en lo que hace los vínculos.
Mi vida ha estado marcada muchas veces por la separación física de la gente que quiero (tanto familia como amigos). Cosas en parte de este mundo globalizado y también de mi vida sacerdotal que tiene algo de itinerante.
Pero esta distancia, si bien es dolorosa (y a veces desgarradora), también es oportunidad para revalorizar esos lazos y por otro lado para darse cuenta que son más íntimos a nosotros mismos de lo que hubiéramos imaginado.
Además, en cada eucaristía, me acuerdo de las palabras de Efesios: "los que antes estaban lejos ahora se han acercado". El amor achica todas las distancias y en la mesa de la comunión seguimos compartiendo un abrazo.
Esto no niega la necesidad de la presencia concreta. ¡Al contrario! Pero mientras caminemos, tendremos que aceptar estos alejamientos. Hasta el día del encuentro definitivo, donde no habrá más distancias porque todos viviremos en el corazón de todos.