lunes, junio 27, 2005

Sobre la importancia de respirar

Respirar es uno de los actos más importantes, y que realizamos menos conscientemente.
La tradición oriental da una importancia fundamental a la respiración adecuada, como elemento indispensable para la meditación (y esto no sólo en el budismo, o las otras religiones, sino también en el oriente cristiano).


Tomar conciencia de nuestra respiración nos hace centrarnos en el aquí y ahora, prestar atención al hecho de que estamos vivos, detener el fárrago de pensamientos y preocupaciones que generalmente nos ancla a un pasado estéril o nos lanza a un futuro tan angustiante como inexistente.

Es interesante ver que una de las primeras acepciones de la ruah, del aliento de Dios, es la de la atmósfera. Y desde entonces el aire, el viento, son imágenes para describir a Dios y su acción.
A veces, cuando me concentro en mi respiración, me agrada pensar que así como hay un reflujo de aire que renueva mi cuerpo, hay un respirar del Espíritu en mí que oxigena mi corazón, lo ensancha y vigoriza, sacándola de la inercia y el estrechamiento.

Así, el Espíritu utiliza nuestros “pulmones espirituales”. Y no sólo en nosotros: él es el fuego de pentecostés, pero también es el viento que abre las puertas y ventanas de la Iglesia encerrada por el miedo. ¿No decía Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II que la Iglesia necesitaba “un soplo de aire fresco”? Ese soplo lo trae el Espíritu de Dios, directo del corazón del Padre, que sabe lo que la Iglesia y los hombres necesitan... una bocanada de aire puro.

martes, junio 21, 2005

Cuatro Invocaciones al Espíritu Santo

Acá van cuatro oraciones-poemas cortitos. Pensé en cómo los cuatro elementos entran en la simbólica que en general utilizamos para referirnos al Espíritu y me salió esto. Espero que le guste.

Viento

Ven, sopla en nuestra casa, cerrada por miedos y prejuicios.
Ven de la boca de Jesús, con su palabra siempre nueva.
Ven, danos el aliento, abre nuestra garganta para que gritemos “¡Abbá!”.
Llévanos a la otra orilla desconocida, impúlsanos al encuentro, sostennos para que anunciemos el Evangelio.
En las hojas del árbol del tiempo, tú, viento eterno, haciendo sonar el rumor de la voluntad del Padre.
En los abatidos, en los agobiados, tu torbellino abre las puertas del canto y la alabanza.
Sacude nuestros cimientos, empújanos a la misión; que tu voz, sonido sutil del silencio, nos susurre al oído el amor trinitario y los anhelos de los necesitados.

Fuego

Tu presencia incendia nuestras vidas, consumiendo nuestra humildad para hacerla ofrenda.
Bajas del cielo: el secreto de la Pascua, el tesoro escondido que brotó de Su corazón ardiente. ¿Qué miseria, qué pecado puede ser más grande que tu fuego? Ni todos los torrentes del mal podrían apagarte.
Sin consumirnos, transfiguras nuestra vida, haciendo de nuestros gestos sencillos un sacramento. Avivas el deseo dormido, purificas nuestros ojos de toda ceguera, reduces a cenizas nuestros ídolos.
Ven ahora, devuélvenos el amor primero. Danos la palabra ardiente, que denuncia y revive, enciende en cada uno de nosotros la llama de la presencia. Haz de nuestra Iglesia lucernario, calor y orientación para los que van ateridos por el frío de la soledad y el pecado.
Danos pasión por el Reino, ardor para la misión, deseo profundo de intimidad en la oración. ¡Fuego de Dios, ven a nuestras vidas!

Agua

Su cuerpo es el manantial desde donde te donas a todos; Su cruz es el bastón que quiebra nuestra piedra y la hace fuente viva.
Como los ríos, te vas acomodando a nuestro cauce, desgastando con paciencia nuestras mezquindades.
Te deslizas despacio por nuestras sequedades. Cualquier lastimadura de nuestra tierra es una invitación para tu curso, donde te derramas generosa.
Por donde pasas, renace la vida, y los hombres se acercan, intuyendo saciedad para sus búsquedas.
Hoy te necesitamos tanto... Baja como deshielo, desbordando de Dios por donde vayas, regálate fresca a nuestros labios resecos y mudos de Evangelio.
Que tu correr oculto por las acequias alegre nuestra ciudad, y haga germinar en nuestros surcos las semillas escondidas de la Palabra, que esperan tu caricia para despertar en el tiempo.

Unción

Signo de la tierra, que entrega, generosa madre, su fruto pobre, y en manos del hombre, se convierte en amor y alegría. Embebes lo que tocas, y lo haces resplandecer.
Llevas a Cristo a lo más profundo, y, desde allí, el amor llega hecho luz a nuestro rostro. El que nos ve, sabe que somos de Él y para Él.
En nosotros la prenda y prueba del amor; en cada uno distinto, nuevo en dones y llamados; en cada uno, igual al regalarte todo entero. Al Cristo siempre joven y eterno, lo sellas en nuestra vida.
Nuestra Iglesia te pide que unjas con tu amor su frente. Despierta los dones y fortalece a los combatientes. Baja para hacer surgir a los profetas y doctores. Que el perfume de tu elección nos empape e inunde con la fragancia de Jesús la casa de los hombres. Haznos cántaro quebrado, ignorante de cálculos y miedo, vertidos a los pies de los hermanos como regalo del Padre.