Creo que este día de nuestra peregrinación fue el que menos preparamos (lo cual de por sí es mucho decir). Y tal vez por eso fue de los más divertidos y sorprendentes a la vez.
El firme propósito de ese día era conseguir un barco para dar una vuelta por el Mar de Galilea o Lago de Tiberíades. Pero sinceramente no teníamos mucho más que eso: un propósito. Así que salimos a recorrer las orillas de la ciudad en búsqueda de un lugar que permitiera el alquiler de barcos. Tras un par de esfuerzos infructuosos (un barco casi nos deja salir con un grupo de canadienses que estaban peregrinando y con los que nos habíamos cruzado antes.. y que volveríamos a ver hasta el final de nuestro viaje) dimos con el Old Boat Museum, donde además de conseguir una ovejita de peluche para mi sobrina logramos finalmente el ansiado viaje.
A bordo del King David (una barcaza de madera muy simpática) recorrimos todos los textos del Evangelio que tienen al lago como contexto geográfico (¡eran unos cuantos!). La tempestad calmada; el caminar de Pedro por las aguas; las pescas milagrosas: todos esos episodios y algunos más desfilaron mientras el sol de Galilea nos ayudaba a lograr una quietud necesaria para rezar. Por suerte no tuvimos ninguna tormenta ni viento fuerte, a pesar de que seguramente hubieran sido poderosas ayudas visuales para la contemplación.
El marketing religioso también apareció acá. Nos preguntaron por nuestro idioma y cuando dijimos que era español en un santiamén "Pescador de Hombres" sonaba a todo volumen (en una versión bastante edulcorada, la verdad) por los parlantes del barco. Por suerte traíamos nuestro propio material y después de algunos temas más "a la argentina" para la meditación volvimos al silencio placentero del lago.
Entendí porque Jesús se tomaba esos viajes, más allá de la utilidad del transporte para llegar a la otra orilla con mayor velocidad... la barca se presta para una experiencia comunitaria intensa, donde no hay lugar para el aislamiento ni tampoco posibilidad de escapar a otro lado. No queda otra que compartir, escuchar al Maestro, colaborar en el viaje o al menos sentarse y pensar. ¡No por nada la barca hoy es imagen de la Iglesia! O llegamos todos juntos o nos hundimos solos... como Pedro aprendería de la manera más difícil.
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".
La segunda mitad de la jornada nos llevaba hacia el sur de Israel. La meta: llegar al lugar del Jordán donde se conmemora el bautismo de Jesús para renovar el nuestro (Santi, uno de los peregrinos, tenía además toda la intención de zambullirse en el río). La mayoría de los peregrinos van a Yardenit, un sitio sumamente organizado donde uno puede bautizarse, comprar túnicas a tal efecto, sacarse fotos y demás. Pasamos por allí, y sacamos algunas fotos divertidas. Pero a decir verdad, Yardenit no nos dijo mucho. Demasiado comercial, aunque suene raro para un espacio de Tierra Santa.
Sabíamos, sin embargo, que había otro lugar, donde hasta hace pocos meses sólo podía accederse una vez al año, para la fiesta del Bautismo de Jesús (al estar en la frontera con Jordania el resto del tiempo la zona está sumamente militarizada). Andrei, el joven que atendía la Casa Nova de Tiberíades, nos había dado un dato clave: hace pocos meses el lugar volvía a estar habilitado para los peregrinos en todo momento.
Nos fuimos adentrando en una zona mucho más desértica (tanto por la árida como por lo despoblada). Y acá sí era fácil transportarse al tiempo de Jesús.No dejaba de imaginarme a Juan el Bautista en medio de esa soledad arenosa, asediado por los cientos de personas que se arrimaban al Jordán a escuchar a ese hombre con voz de trueno y pasión de profeta.
El "Baptismal site" (sitio bautismal) estaba en las antípodas de Yardenit. Apenas un kiosquito, unos baños, unas escaleras hacia el río y un altar de piedra resguardado por una garita de cemento... y muchos soldados. Peregrinos, sólo nosotros.
Enseguida trabamos amistad con Elías y Adiba, un chico y una chica de 21 y 19 años que estaban haciendo allí su servicio militar. Era realmente chocante encontrarse con adolescentes (de lo primero que hablamos con Elías era del fanatismo compartido entre él y varios de los que integrábamos el grupo por el Call Of Duty, juego adictivo de la Playstation si los hay) que llevan chaleco antibalas y manejan con toda soltura su M-16. Sobre todo cuando los escuchaba hablar y los veía sonreír: a pesar de todo su entrenamiento, eran chicos... más chicos inclusive que mis compañeros de viaje.
Preguntamos si podíamos pasar y nos dijeron alegremente "¡Por supuesto!". Y mientras mirábamos el río uno de los chicos sugirió "¿y si celebramos misa acá?". Preguntamos si era posible rezar allí (explicar que era celebrar misa iba a ser demasiado complicado). Ante la respuesta afirmativa me empecé a revestir, pensando en el viejo adagio que aprendí en el seminario: "es mejor pedir perdón que pedir permiso". Pero nadie nos detuvo.
Improvisamos un mantel con un pañuelo de Delfi (la médica residente de nuestro grupo de peregrinos y responsable de que yo pudiera participar del viaje... le debo más de lo que ella va a saber jamás), pusimos el crucifijo y en una ronda renovamos la ofrenda de Jesús junto al lugar donde se reveló al mismo tiempo el amor del Padre, la acción del Espíritu y la misión y el ser del Hijo (que son al fin y al cabo la misma cosa):
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea
y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían
y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma;
y una voz desde el cielo dijo:
"Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección".
No hubo homilía esta vez. ¿Podía decirse algo? Pero en el momento de la predicación escuchamos una meditación de Henri Nouwen que nos ayudó a entrar en el misterio del Bautismo de Jesús:
“… Oigo en lo más íntimo de mí mismo palabras que me dicen: «Desde el principio te he llamado por tu nombre. Eres mío y yo soy tuyo. Eres mi amado y en ti me complazco. Te he formado en las entrañas de la tierra y entretejido en el vientre de tu madre. Te he llevado en las palmas de mis manos, y amparado en la sombra de mi abrazo. Te he mirado con infinita ternura y cuidado más íntimamente que una madre lo hace con su hijo. He contado todos los cabellos de tu cabeza, y te he guiado en todos tus pasos. Adonde quiera que vayas, yo estoy contigo, y vigilo siempre tu descanso. Te daré un alimento que sacie totalmente tu hambre, y una bebida que apague tu sed. Nunca te ocultaré mi rostro. Me conoces como propiedad tuya, y te conozco como propiedad mía. Me perteneces. Yo soy tu padre, tu madre, tu hermano, tu hermana, tu amante y tu esposo. Hasta tu hijo. Seré todo lo que seas tú. Nada nos separará. Somos uno»."
Al final de la misa renovamos nuestras promesas bautismales a través de las renuncias y la profesión de fe. Y con un poco de agua bendecida del río fuimos recibiendo el signo de la cruz en nuestra frente con una bendición. Al final todos los chicos me bendijeron juntos rezando sobre mí. Un momento sumamente conmovedor (lamenté después no tener la valentía para llorar que después por suerte llegaría como otro regalo de Tierra Santa).
Apenas terminamos la celebración llegaron dos contingentes de peregrinos: un grupo de griegos ortodoxos que se zambullieron ¡vestidos! en el Jordán... y un grupo judío donde nos esperaba otro de nuestros cireneos: Tsuri, un guía que en perfecto español nos hizo una serie de recomendaciones excelentes para aprovechar el tramo del viaje que teníamos delante (el más turístico).
Orientados por sus consejos, salimos para terminar el día en el Mar Muerto. Fue una experiencia de lo mas divertida. Como ustedes saben, esta a 500 metros bajo el nivel del mar y tiene un porcentaje de salinidad del 33,7%. Con lo cual su densidad hace que sea imposible hundirse. Uno flota en uno de los cuerpos de agua más salados del mundo, de un verde transparente muy lindo. Nos sacamos mil fotos (y cumplimos con la obligatoria que es leer algo en el Mar Muerto) y terminamos el día en el albergue de Massada, un albergue a los pies de la fortaleza del mismo nombre, un antiguo reducto construido por Herodes el Grande que luego albergó al ultimo bastión de resistencia judía contra los romanos a fines del siglo I.
La siguiente etapa de nuestra peregrinación tendría un tono más ligero, que aprovecharíamos para recorrer y conocer lugares lindísimos de Israel y alrededores. No dejó de ser un momento espectacular de este viaje que (ahora lo sabíamos con certeza) Jesús iba organizando para nosotros. Caía la noche en Massada y la expectativa de lo que vendría nos llenaba de entusiasmo...
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