Nuestra zambullida en el Mar Muerto abrió la etapa más "turística" de la peregrinación. Ese mismo día, tras un atracón en el McDonald's de Arad, en el punto más bajo de la tierra, con los últimos rayos de sol llegamos al Hostel (que en realidad es un hotel sencillo pero con todas las de la ley) a los pies de Massada.
Massada está en el sur de Israel donde, al final de una empinada subida llamada "el camino de las serpientes", se encuentran los restos de una antigua fortaleza construida por Herodes el Grande y las ruinas de otras construcciones realizadas en el mismo espacio. Es un lugar especialmente notorio por haber sido el último bastión de resistencia de los judíos en la primer guerra contra los romanos, allá por los años 70's (del siglo I). El sitio a esta fortaleza duró muchísimo tiempo, pero cuando los resistentes asediados comprobaron la imposibilidad de triunfar se suicidaron en masa, dejando un espectáculo que sorprendió y a la vez admiró a los soldados romanos. En tiempos de Bizancio se construirían allí celdas para monjes y una iglesia.
Hoy a los que llegan al hostel se les recomienda hacer la "experiencia de Massada" subiendo a pie de madrugada el "camino de las serpientes" para llegar a las ruinas y desde allí ver el amanecer. Una vista impresionante tras una ardua subida... que yo no hice porque me conozco y estaba seguro de que si lo intentaba el último tramo de Jerusalén lo iba a vivir con un tubo de oxígeno en la mano y subido a una silla de ruedas. Así que dejé a los chicos salir temprano y yo subí más tarde en el teleférico que tienen para los gorditos pachorra como yo.
La siguiente parada en nuestro viaje era Eilat, una ciudad balneario muy bonita ubicada junto al Mar Rojo. El tiempo acompañaba. A pesar de ser invierno, el sol permitió que nos animáramos a hacer playa e inclusive darnos un chapuzón. Todavía nos quedó un poco de luz para estirarnos hasta el mirador de la triple frontera, desde donde se puede contemplar Egipto, Arabia Saudita y Jordania.
Dejamos las valijas en el Hotel Dahlia y salimos a recorrer las calles, llenas de vitalidad aún en plena temporada baja. La noche no estuvo desprovista de aventuras: nos animamos al Fireball, un juego que sólo puede describirse como la experiencia de ser la piedra en una gomera. Uno entra en una esfera hecha por barras de metal que es arrojada a toda velocidad a unos 20 metros de altura. Sólo para valientes.
Al día siguiente madrugaríamos una vez más para cruzar la frontera con Jordania y dirigirnos hacia las ruinas de Petra, a dos horas de viaje en auto. No deja de ser impresionante la diferencia que se experimenta con sólo cruzar las barreras: de idioma, de cultura, de sociedad. Mezquitas por todos lados en un terreno desértico y considerablemente más humilde que la moderna Eilat dejada atrás. Los taxistas, muy amables, nos contaban, según sus diversas posibilidades, distintos aspectos de la vida allí, bastante sufrida y difícil. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos a las puertas de las ruinas.
Un moderno catálogo de las siete maravillas del mundo las tiene en su haber. Y al caminar por allí uno no puede dejar de aprobar que Petra y sus ruinas hayan encontrado lugar en esa lista. Antigua ciudad de los nabateos, al estar ubicada en una ruta comercial, Petra floreció y se vio influida por diversas culturas que produjeron una maravilla arquitectónica, de la cual hoy aún sus restos impactan. Uno camina por desfiladeros de roca rojiza y se encuentra repentinamente con enormes edificios que salen de la misma piedra.
Allí habitantes de la zona (muchos de ellos son auténticos beduinos) venden mil chucherías y ofrecen paseos en caballo, camello o carro. Tuvimos un encuentro de lo más simpático cuando uno nos invitó a compartir una tortilla de pan y unas sardinas. Al preguntarnos de dónde éramos y escuchar "Argentina" la respuesta fue la misma que ya habíamos escuchado antes en nuestro viaje: "¿Argentina? ¡MESSI!". Pero a la exclamación esta vez la siguió la aparición de una pelota de fútbol y un picadito improvisado entre esas ruinas milenarias. Cuando terminamos el encuentro nos saludamos amistosamente y un diálogo me hizo entender porque me habían detenido tanto tiempo en el chequeo de seguridad. Uno de los jugadores del lado local me sonrió y mientras estrechaba mi mano me dijo: "My friend, your face... 100% Jordan!" (Mi amigo, su cara... ¡100% jordana!). Ahí me cerró todo.
Volvimos muertos a Eilat, pero contentos por haber vivido en un día intenso y concentrado, el encuentro con otra cultura y otra historia, tan diferente a la nuestra. Y todos empezábamos a sentir un hormigueo y unos nervios comprensibles. Porque la próxima estación de nuestro itinerario... era Jerusalén.
Creo que todos presentíamos que la ciudad santa no iba a dejarnos igual. ¿Cómo nos recibiría la ciudad de David, del nacimiento de la Iglesia, de tanta sangre derramada y tanta paz perseguida? Ni siquiera lo vivido hasta el momento nos preparó para lo que nos esperaba allí. Qué difícil fue dormir esa noche...
Dejamos las valijas en el Hotel Dahlia y salimos a recorrer las calles, llenas de vitalidad aún en plena temporada baja. La noche no estuvo desprovista de aventuras: nos animamos al Fireball, un juego que sólo puede describirse como la experiencia de ser la piedra en una gomera. Uno entra en una esfera hecha por barras de metal que es arrojada a toda velocidad a unos 20 metros de altura. Sólo para valientes.
Al día siguiente madrugaríamos una vez más para cruzar la frontera con Jordania y dirigirnos hacia las ruinas de Petra, a dos horas de viaje en auto. No deja de ser impresionante la diferencia que se experimenta con sólo cruzar las barreras: de idioma, de cultura, de sociedad. Mezquitas por todos lados en un terreno desértico y considerablemente más humilde que la moderna Eilat dejada atrás. Los taxistas, muy amables, nos contaban, según sus diversas posibilidades, distintos aspectos de la vida allí, bastante sufrida y difícil. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos a las puertas de las ruinas.
Un moderno catálogo de las siete maravillas del mundo las tiene en su haber. Y al caminar por allí uno no puede dejar de aprobar que Petra y sus ruinas hayan encontrado lugar en esa lista. Antigua ciudad de los nabateos, al estar ubicada en una ruta comercial, Petra floreció y se vio influida por diversas culturas que produjeron una maravilla arquitectónica, de la cual hoy aún sus restos impactan. Uno camina por desfiladeros de roca rojiza y se encuentra repentinamente con enormes edificios que salen de la misma piedra.
Allí habitantes de la zona (muchos de ellos son auténticos beduinos) venden mil chucherías y ofrecen paseos en caballo, camello o carro. Tuvimos un encuentro de lo más simpático cuando uno nos invitó a compartir una tortilla de pan y unas sardinas. Al preguntarnos de dónde éramos y escuchar "Argentina" la respuesta fue la misma que ya habíamos escuchado antes en nuestro viaje: "¿Argentina? ¡MESSI!". Pero a la exclamación esta vez la siguió la aparición de una pelota de fútbol y un picadito improvisado entre esas ruinas milenarias. Cuando terminamos el encuentro nos saludamos amistosamente y un diálogo me hizo entender porque me habían detenido tanto tiempo en el chequeo de seguridad. Uno de los jugadores del lado local me sonrió y mientras estrechaba mi mano me dijo: "My friend, your face... 100% Jordan!" (Mi amigo, su cara... ¡100% jordana!). Ahí me cerró todo.
Creo que todos presentíamos que la ciudad santa no iba a dejarnos igual. ¿Cómo nos recibiría la ciudad de David, del nacimiento de la Iglesia, de tanta sangre derramada y tanta paz perseguida? Ni siquiera lo vivido hasta el momento nos preparó para lo que nos esperaba allí. Qué difícil fue dormir esa noche...
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