Aquel día, el primero de la semana,
dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo
llamado Emaús,
situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Así vamos todos por la vida, caminando y discutiendo, con la vista nublada por el peso de lo cotidiano. Y al lado nuestro hay alguien caminando. Una Presencia intuida pero no reconocida.
El camino de Emaús es un relato que sintetiza de manera perfecta el encuentro con Jesús resucitado, la manera que él tiene de acercarse a cada uno de nosotros respetando nuestros tiempos, nuestro andar. No se impone ni avasalla: al contrario, da lugar para que uno pueda volcar lo que pesa en el corazón, para que suelte toda su historia desesperanzada (“nosotros esperábamos... pero...”).
El sinsentido de la vida es recibido por Jesús, y sólo entonces comienza a hablar. Las cosas tienen un sentido, tienen un plan. Aún cuando nosotros no podamos terminar de percibirlo, hay un designio, un hilo de oro que recorre la Historia del cual nosotros también somos parte. No vamos hacia la nada ni estamos sometidos al azar. Somos cuidados por el amor de un Padre que a través de su gracia nos saca del pecado y nos invita a vivir en la fe y la caridad, en un amor expresado en gestos concretos.
Pero para esto es necesario descubrirlo a Jesús. Todo habla de Él, de su centralidad en nuestras vidas, su amor de Amigo, Maestro y Señor. Su mirada y su Palabra encienden el corazón y de a poco nos devuelven la esperanza. Es preciso crecer en oración, animarse a pedirle que se quede con nosotros y encontrarlo en la Eucaristía para que se abran nuestros ojos a su presencia viva y real en medio nuestro.
Entonces entendemos: Él siempre estuvo, manteniendo viva la llama del corazón que nos trajo hasta este encuentro. Es necesario ponerse en marcha, volver a los hermanos, a la Iglesia, como apóstoles de su Evangelio de vida y amor.
Emaús es entonces el lugar del encuentro con el Resucitado, el momento del envío, de la gracia. Es un camino que arranca en tristeza y termina en alegría, que uno comienza perdido y desorientado y termina con la certeza de una misión, de una propuesta.
Es hacer historia de salvación, o mejor, descubrir progresivamente que nuestra historia es una historia de salvación.
1 comentario:
Acá estamos nosotros ejercitando la mirada, esa mirada tantas veces desapersibida, la profunda la que busca comprender lo incomprensible; tenemos ojos que se abren cuando lacera el dolor, o la humillación nos hace debiles, cuando no alcanza lo sabido para atravesar los límites... Entonces comenzamos a mirar más allá de lo visible para aprender la verdad , y el AMOR comienza a revelarse, ordenando todas las cosas y recuperandonos la paz comenzamos a restaurar las cosas... El AMOR con nosotros
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