Un cura amigo me dijo de ir escribiendo cosas para adelantarnos en la preparación de la prédica dominical. Mando por acá lo primero que se me ocurrió con respecto a este domingo. ¡Veremos qué sigue suscitando la Palabra de lo largo de la semana!
«Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.
El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.»
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Vamos acercándonos a la plenitud de la Pascua. No es que la Pascua llega a su fin, sino a su cumplimiento. ¿Qué va a pasar con tanto recibido en este tiempo? Tiene que hacerse más profundo, más real, más encarnado en nuestro corazón.
Esta era la inquietud de los discípulos. Jesús se va, no va a estar más físicamente presente. ¿Y entonces? ¿Vivimos de recuerdos y de ausencias? Al contrario. Jesús no nos deja huérfanos. Promete una presencia nueva, un nuevo don: el Paráclito, que podemos traducir como “el abogado”, pero más apropiadamente como “el que está a nuestro lado”.
¿Qué viene a hacer el Espíritu? El Espíritu viene para hacer interior la presencia de Jesús en nuestros corazones, a hacerla más encarnada y real todavía que antes. Puede parecer un concepto raro, pero en realidad, es una ley de la vida que cuanto más profundo es el amor, más interior se hace y en ese sentido necesita menos de la presencia física. El Espíritu quiere llevarnos a esa madurez del amor, a que el vínculo con Jesús se haga más hondo.
Esto se expresa en una visión: “ustedes me verán”. Ver a Jesús es uno de los dones que el Espíritu nos otorga. Este es uno de los rasgos principales de la madurez en la fe: la de poder verlo a Jesús en las personas, los acontecimientos, en uno mismo.
Es ser “místicos de ojos abiertos”, como expresa tan bien en su libro “Ver o Perecer” Benjamín González Buelta.
“¿Está Dios vivo? ¿Tiene Dios algo que hacer en este mundo? ¿Le falta a Dios la imaginación para crear nuevas posibilidades, la sabiduría para abrirse paso a través de la “puerta pequeña” y el “callejón estrecho” de tantas vidas honestas que en todas partes lo buscan de todo corazón? […] Necesitamos crear una sensibilidad nueva para poder percibir cómo Dios llega hoy hasta nosotros en la discreción de los brotes incontables que crecen por todas partes y anuncian el futuro [ ] No se trata sólo de creer en Dios, sino de ver cómo trabaja, de saborear el gusto de esforzarnos juntamente con él por el futuro más humano que él alienta, de abrazar lo nuevo que llega desde él, de besarlo con unción en las sonrisas y también en los cruces de tantos hijos e hijas suyos"
1 comentario:
Buenísimo Edu!!
Sabés que justo estuve pensando un montón en "la promesa del Espiritu Santo" y en este Evangelio en lo que va de este año.
Me encantaría que haya una charla o un seminario sobre el ES, si llegas a entrarte de alguna me avisas.
Te mando un fuerte abrazo y seguí con las publicaciones que estan muy buenas.
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