“¿Hijo de hombre, podrán revivir estos huesos?” Así le preguntaba Dios al profeta Ezequiel cuando frente a una multitud de huesos secos la sensación era la de la desesperanza total. Por eso hace falta invocar al Espíritu: Él es la fuerza de Dios, la novedad permanente, la presencia viva del amor en medio de la muerte, que puede superar todo obstáculo, derribando barreras y suscitando vida nueva por donde quiera que pasa.
Por eso cuando la vida se reseca, invocamos al Espíritu; cuando las palabras se acaban, invocamos al Espíritu; cuando los sepulcros se tapan y las puertas se cierran… invocamos al Espíritu. “Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.” (Rm 5, 25)
El Espíritu es la fuente de la esperanza porque él trae la novedad de Dios. El mismo Espíritu que aleteaba al principio de la creación, cuando todo era caos y confusión; ese Espíritu que transformó las tinieblas en luz, es el que quiere soplar una esperanza nueva en los corazones de todos.
Esta esperanza nace del amor. Sólo el amor puede suscitar esperanza, porque es el que abre caminos nuevos donde el odio, la violencia y el pecado parecen tener la última palabra. El amor ofrecido, inocente y vulnerable. Por eso para los cristianos esa esperanza nueva nace de la Pascua de Jesús, que celebramos en estos últimos días. Jesús muere y se entrega “en el Espíritu” (Hb 9), y al resucitar, sopla sobre sus discípulos el Espíritu Santo, repitiendo en ellos el milagro de la creación. Él es quien hace de los temerosos que habían huido en la noche de la pasión testigos convencidos de Jesús; es quien convierte a ese grupo de hombres y mujeres en una comunidad, una Iglesia.
Hoy Jesús quiere derramar sobre nosotros el don de su Espíritu una vez más. Quiere que nos abramos a la posibilidad de una vida nueva, a un don de amor que nos permita mirar hacia delante confiados y sin miedo. Con la certeza de que Él nos irá acompañando a cada paso del camino, suscitando los dones y carismas necesarios para que podamos seguir adelante.
Como antes, ¡más que antes! Invoquemos a aquel que puede darnos esa esperanza cierta, el anticipo del cielo en nuestra tierra, la luz necesaria para seguir avanzando en el camino de Jesús.
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