Dios no tiene miedo de nuestras desprolijidades. ¡Por suerte! Somos tan frágiles, tan vuelteros, tan inconstantes. Y sin embargo, Dios ha querido amar nuestra fragilidad. Ha querido tomarla sobre sí para transfigurarla.
Muchas veces el camino pasa por escuchar, aceptar y amar esas desprolijidades que parecen desviarnos del camino pero que en realidad son el sendero que Dios ha elegido para llegar hasta nosotros y para que nosotros nos acerquemos a él. Tal vez lo que nos asustaba tanto era simplemente un fantasma, y detrás de eso está la energía creadora que necesitábamos para volver a crear.
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