En Jesús, todo está cumplido. El plan de Dios
se ha realizado plenamente.
Hay algo nuestro que ya está en el cielo.
Hay algo del cielo que ya está en nosotros.
Por eso, es una fiesta para contemplar y agradecer.
Para tomar conciencia de que estamos llamados a
algo grande.
Y que eso ya se está obrando en nosotros.
Es lo que dice la segunda carta al bendecirnos:
“que él
ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que
han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los
santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los
creyentes, por la eficacia de su fuerza.” Es el poder de la resurrección,
que nos va haciendo resucitar aquí y ahora. El amor de Dios que nos levanta y
nos hace ascender.
Nuestra vida es nuestro camino de ascensión,
nuestra oportunidad para abrirnos cada vez más a ese amor y hacer de nuestra
tierra un cielo. Santa Catalina de Siena decía “El camino al cielo ya es el cielo, porque el cielo es Jesús y el dijo «yo
soy el camino»”.
Esto nos cambia nuestra mirada sobre la vida. La
vida no es examen para entrar al cielo, pura cruz y examen. En todo caso la
vida es, como dice el sacerdote jesuita James Martin, ensayo del cielo. Ensayamos
la resurrección cada día, tratando de dar más pasos hacia esa plenitud que Jesús
nos ofrece y participa. No para ver si entramos en ella, sino para anticiparla
aquí y ahora.
Entonces, quizás sea cuestión de estar atentos
a los chispazos de eternidad que se aparecen en la vida, los anticipos de la
plenitud. Esto no quiere decir que nos salgamos de la realidad, porque son esos
momentos donde uno se da cuento en serio por dónde pasa la vida. Y ellos nos
llevan a comprometernos más profundamente con la vida. Por eso no nos podemos
quedar “mirando el cielo”. Somos invitados a zambullirnos en nuestra realidad,
con la seguridad de que el Señor nos asiste y confirma, como dice el Evangelio.
Y que volverá.
De todos modos, esta resurrección progresiva,
esta ascensión, es sobre todo un don. Puro regalo. Porque es el Espíritu Santo
quien la realiza. Es por eso que esta fiesta nos pone en tensión hacia la próxima:
Pentecostés. El Espíritu es quien viene para resucitarnos, para elevarnos de
nuestros lugares de muerte hacia la plenitud del Reino. Para hacernos testigos
de una vida diferente, de un cielo que se empieza hacer posible aquí y ahora.
Que esta ascensión, entonces, nos llene de
alegría y esperanza pero al mismo tiempo nos sacuda y despierte. Que nos dé
hambre de plenitud y de Reino, para nosotros y para los demás. Busquemos los
lugares de nuestra realidad y nuestra vida que necesitan más profundamente el
soplo del Espíritu. Y dejemos que él nos ayude a seguir ensayando el cielo aquí
en la tierra. Ese cielo que es Jesús y al cual hoy empezamos a ascender.
1 comentario:
Hola Edu,
Qué lindo mensaje para la vida... qué falta hace muchas veces estar atento a lo que nos pasa y hacemos y sentimos cada uno de los días... cada uno de los días es un día de nuestra vida, y a veces, los vivimos como si fuesen "solamente un día más".
Gracias por traernos a la tierra para re-pensar!
Un beso,
Cris M
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