Como saben los que tienen la deplorable costumbre de pasar por este blog, no soy muy afín a confesiones personales (en este espacio). Sin embargo, como pasara ya en otra oportunidad, una ausencia tan prolongada amerita una explicación.
El 2012 ha sido un año de lo más peculiar. Cambios, mudanzas, cierres de etapas e inicios de otras nuevas. Concluí mi licenciatura en teología (para lo cual tuve que correr con una tesis que defendí hace un mes y medio) y comencé los estudios para el doctorado en la misma carrera. Sin solución de continuidad, como diría alguien versado en términos legales.
El tema es que el doctorado trajo consigo varias implicaciones. La más importante de ellas es que me mudé por tercera vez en el año.
A Roma.
No es la vuelta de la esquina. Así que esta última mudanza ha implicado un profundo proceso personal que sigue en curso. Con numerosos aspectos fascinantes, otros dolorosos... todos constituyen lo que hoy se presenta como un verdadero tiempo favorable.
En el medio el pobre blog, como muchas otras realidades de mi vida, quedó postergado. Pero la vida ha continuado: rica, compleja, altibajante (me permito el neologismo porque me parece sumamente apropiado). Y no dejan de haber temas para escribir, ideas para compartir y pensamientos que es necesario volcar en alguna parte.
No les voy a mentir. Parte de la demora también se debió a mi autoexigencia, que me reclamaba alguna idea magistral (o al menos magistralmente ejecutada) para volver con gloria a las canchas. Pero quizás sea mejor simplemente empezar desde esta, la situación en la que me encuentro. Al fin y al cabo el único punto de partida que puedo tener es el lugar en el que estoy. Y como me dijo una vez un sabio monje y cura en torno a la oración: "Hay veces que uno profundiza en la oración y hay veces que hay que aprender de nuevo el Padrenuestro". Así que aquí estamos. Tratando de balbucear una vez más ideas como quien ensaya las primeras oraciones para encontrarse con Dios. Con la inseguridad que da tantear entre la oscuridad a ver si esta palabra que sólo atisbo con las manos es la que realmente me lleva a la luz. Y el gozo que da vivir esa incertidumbre como un juego en el que ganamos todos.
Empecemos entonces, como se empieza el Padrenuestro.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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