La ciudad antigua de madrugada |
Después de la experiencia de nuestro
providencial encuentro con el Santo Sepulcro, sentía que Jesús me invitaba a
redoblar la apuesta. A buscarlo un poco más de cerca en esos días. Era una
oportunidad, un llamado, una pregunta. Estaba decidido a tratar de aprovechar
esta ventana abierta que Jerusalén me ofrecía.
La madrugada siguiente a nuestra llegada a la
Ciudad Santa salí del Citadel Hostel y caminé por las calles de la ciudad
Antigua hasta llegar a la Basílica, que abre sus puertas a las cuatro de la mañana.
A esa hora la ciudad parecía otra de la que habíamos encontrado el día anterior.
Todos los negocios cerrados y ni un alma por la calle. Llegué a la puerta
guiado por los cantos de los monjes coptos, que se escuchaban a lo lejos.
Es difícil describir de un trazo la Basílica
del Santo Sepulcro. Pero quizás esto ayude a entender: se trata de un templo
construido y destruido sucesivamente a lo largo de los siglos, donde hoy
conviven la iglesia católica (aquí nos llaman “latinos”, por el idioma de nuestro
rito litúrgico), la griega ortodoxa, la armenia, la copta y la etíope.
Estos dos datos ayudan a entender que si hay
algo que el Santo Sepulcro no tiene… es prolijidad o limpieza. En él se mezclan
los estilos arquitectónicos de distintas épocas y confesiones cristianas, por
no hablar de los ritos que a veces se dan de manera casi simultánea. El status quo, un delicado equilibrio
alcanzado hace décadas, hace que introducir reformas o cambios en el templo sea
una tarea virtualmente imposible.
Después de un buen rato de oración en silencio
y soledad (no había prácticamente nadie salvo los religiosos que custodian el
lugar) volví al Hostel a buscar a los chicos. Nos esperaba Ain Karem, a 6 km de la ciudad, donde la
tradición ubica la casa de Isabel y Zacarías, es decir: el lugar de la
Visitación y el nacimiento de Juan el Bautista. Un lugar lindísimo, de casas y
edificios de piedra, con jardines que en esta temporada de lluvias se lucen
especialmente. Celebramos misa en la basílica de la Visitación (¡el lugar de la
primera visita misionera a una casa!), y le pedimos a María por nuestro
apostolado.
De todos modos, y a pesar de la belleza del
santuario, no creo equivocarme al decir que la mañana nos la hizo el encuentro
con Fray Gottlieb (“Amadeo” en alemán), uno de los franciscanos que atiende la
iglesia. Un austríaco simpático y luminoso como pocos. Nos preguntó por nuestra
vida en Argentina y terminó pidiéndonos un canto a María. Obviamente, salió
“Santa María de la Estrella” con traducción posterior al inglés. Al partir recibimos
su bendición al mejor estilo franciscano y en un alemán que por primera vez en
mi vida me sonaba dulce.
Salimos volando del santuario para devolver los
autos alquilados para el viaje. Liquidado el trámite nos dirigimos a Notre
Dame, el hotel de los Legionarios de Cristo. Allí nos había citado Horacio
Wamba, diplomático acreditado tanto frente a Israel como a los territorios
palestinos. Compartimos un café y una charla interesantísima. Lo escuchamos hablar
y preguntamos sobre la historia de la república de Israel, la situación de los
estados palestinos y su visión sobre el tema. Una perspectiva lúcida,
esperanzada, apasionada y apasionante.
Apareció también el P. Marcelo Gallardo (el
sacerdote argentino que está ahora aquí como canciller del Patriarcado – es
decir, el obispado – y con quien ya habíamos entrado en contacto), que
compartió su experiencia sobre el tema como sacerdote en la zona. Los chicos y
yo quedamos fascinados, y nos llevamos en el corazón una preocupación por la
tensa y delicada realidad que nos rodeaba… y el compromiso de rezar y trabajar
por la paz.
Un almuerzo a las apuradas en el barrio árabe
nos dejó los minutos contados para hacer el Via Crucis con los franciscanos por
la Ciudad Antigua. Es toda una experiencia tratar de rezar en medio de
semejante barullo. Termina convirtiéndose en parte de la oración. ¿O acaso
Jesús no llevó su cruz en medio de tanta gente que no entendía lo que estaba
pasando? El recorrido terminaba en el Santo Sepulcro, y de ahí nos quedaba la
última parada del día: el muro de los Lamentos.
El muro es lo único que queda del templo de
Jerusalén. El lugar a donde miles de judíos piadosos van a orar, con la certeza
de que “la divina presencia no abandona jamás el muro”. Traten de imaginarse a
cientos de judíos ortodoxos (nosotros estábamos del lado de los varones),
vestidos de negro casi todos, algunos con vestimentas más modernas, con su
kipá, su talit (el gorrito y manto rituales), bailando, cantando, estudiando la
Torah o meditándola al ritmo de un vaivén cadencioso. Una mezcla de fiesta,
emoción y encuentro. En medio de ese enjambre fervoroso nos encontramos con un
grupo de judíos argentinos. Fue una emoción charlar un rato y rezar por la paz.
Dejé en el muro, escritas en un papelito como es costumbre, mis intenciones.
Había que dormir temprano, porque al día
siguiente nos levantábamos a las 3:30 de la mañana. Volvíamos a la basílica del
Santo Sepulcro, esta vez todos juntos. A las seis teníamos un horario reservado
para celebrar misa en el edículo. Queríamos vivir antes una pequeña vigilia,
para preparar el corazón como la ocasión ameritaba.
Juntos, en la capilla del Calvario leímos de
nuevo los textos de la pasión, para entrar en clima de Pascua. Silencio,
oración, muchas lágrimas y un ingreso callado en el misterio de amor y entrega
del cual nacemos todos.
Pero no hay cruz sin resurrección. Y a las seis
entramos (como sardinas, porque el espacio es mínimo, mínimo) en el edículo,
donde pegados a la piedra de la resurrección, celebramos finalmente la
eucaristía. Escuchamos una vez más el relato del encuentro de los discípulos
con el sepulcro vacío. Antes de la misa habíamos anotado los nombres de las
personas que queremos y los pusimos en el altar.
Los que me conocen saben que soy un tipo
bastante reflexivo y cerebral. Sin embargo no saqué ninguna conclusión de este
momento, no apareció ninguna intuición ni concepto. Simplemente una alegría
inmensa, explosiva, que desbordaba por mis cuatro costados. Pura alegría
pascual, gozo de muerte en vida, de tiniebla en luz, de pecado en gracia, de
soledad en encuentro.
En el edículo no se puede cantar. Pero nosotros
estábamos que reventábamos, así que apenas terminó la misa salimos de la
basílica para ir un lugar con una muy buena vista de la ciudad y allí cantar
todas las canciones sobre la resurrección que conocíamos. El clima era de
fiesta. Había que celebrar con todo, así que después compartimos un riquísimo
desayuno en el buffet de Notre Dame (los cocineros deben estar todavía
sorprendidos de cómo 9 personas comen como 18… pero ésta es tierra de
milagros).
El desayuno nos sirvió de impulso para caminar
hacia el monte Sión, donde primero pasamos por la Iglesia de la Dormición, una
abadía benedictina que recuerda la muerte de María.
De allí calle arriba a la iglesia de San Pedro in Gallicantu. Se llama así por ser el
lugar donde se tuvo preso a Jesús y se lo sometió a interrogatorio por el
Sanedrín… es también el lugar donde el gallo cantó después de las negaciones de
Pedro. Y el Cenáculo, donde se realizó la última cena y descendió el Espíritu
Santo en Pentecostés.
Gallicantu es un lugar donde uno puede acceder
al misterio de la pasión de una manera sencilla y profunda. Estar en el pozo
donde se tuvo a Jesús prisionero ayuda a hacer carne sus sentimientos. Leímos
salmos y lecturas y continuamos hacia el Cenáculo. A diferencia de otros
lugares santos no tiene ninguna capilla ni templo. Es parte de una segmento
turístico más bien orientado al público judío y en posesión del estado de
Israel.
Voy a serles muy sincero: no daba un peso por
la experiencia. Al estar en un lugar de paso, la gente viene a raudales al
Cenáculo camino a otros lugares turísticos, saca fotos y se va, haciendo
muchísimo ruido. Pero aquí vino una enorme gracia para mí. Tomar conciencia de
que este es el lugar de la eucaristía me ayudó a renovarme como nunca en mi
compromiso sacerdotal. Y también a volver a dar gracias por la Iglesia, nacida
en ese recinto por la eucaristía y el don del Espíritu. Volvimos enamorados una
vez más de nuestra comunidad, y deseosos de caminar más cerca de los pasos de
Jesús.
Unas pizzas en la calle del Patriarcado Latino
al final de nuestra travesía fueron la excusa ideal para que el P. Marcelo se
diera otra vuelta para encontrarse con nosotros. Los chicos lo ametrallaron a
preguntas, y él nos dio otro regalo inmenso de esta peregrinación. Nos llevó a
conocer el Patriarcado y le pidió a Fouad, el Patriarca, que nos saludara.
El Patriarca de Jerusalén es un obispo de lo
más simpático y dado. Se tomó un buen rato para hablarnos de la situación aquí
en Israel y de la Iglesia en Tierra Santa, pero también de él: de lo que
descubre de Jesús en este momento de su
vida, de la importancia del apostolado en los jóvenes, y la necesidad de no
desanimarse. Una calidez y un amor a Jesús deslumbrantes.
Volvimos a la casa muertos, pero felices. Nos
tomamos un rato largo para compartir lo que habíamos vivido en este par de días.
El final de nuestra peregrinación estaba cerca, pero antes nos quedaban unas
cuantas visitas importantes. Al día siguiente habíamos arreglado para celebrar
misa en Getsemaní y de allí, a Belén.
2 comentarios:
Me ha encantado tu narración de Tierra Santa.
Precisamente yo también he ido describiendo mis experiencias tras más de diez años de viajes continuos allí, para tratar de animar a la gente a que visiten los Santos Lugares.
Estas experiencias están recogidas en mi página web y precisamente también las he llamado "Crónicas del peregrino en Tierra Santa"
Te dejo el link para que eches un vistazo.
Iré leyendo tus otras entradas
http://fmunozj.wordpress.com/category/cronicas-del-peregrino-en-tierra-santa/page/2/
Francisco Muñoz
Me gusta disfrutar de los diarios de viajes de otras personas porque me brindan la posibilidad de pensar en lugares para mis futuros viajes. Recientemente vengo de encontrar una Oferta de hoteles en Nueva York para hospedarme y que me permitió conocer hermosos lugares en una de las ciudades mas maravillosas del mundo
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