Después que se sació la multitud,
Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla,
mientras Él despedía a la multitud.
Después, subió a la montaña para orar a solas.
Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron.
«Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven,» le dijo Jesús.
Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó:
«Señor, sálvame».
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía:
«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo:
«Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».
Señor, aquí estamos, una vez más… descubriendo que sales a nuestro encuentro, aún en medio de las tormentas. Caminando por encima de nuestras angustias, mostrándonos así que ni siquiera la peor de las situaciones es un obstáculo para que tu amor venga a buscarnos y nos llene de paz.
A nosotros nos cuesta creerlo. ¿Es posible que ahora, cuando nos sentimos tan frágiles y expuestos, tan vulnerables frente a la tempestad que nos azota, justo ahora, tu presencia brille con más fuerza? Estamos tan acostumbrados a entregarte sólo los tiempos de calma, que nos resistimos a reconocerte en este, nuestro momento de mayor necesidad. No sabemos cómo darte nuestra pobreza, ni de que manera confiarte nuestra inquietud. Y así agregamos preocupación sobre preocupación.
Sin embargo, tu amor se hace Palabras de paz y confianza. “Tranquilícense, soy yo… no teman”. Nos afirmás en la roca sólida de tu presencia, en la firme convicción de que especialmente en esta etapa de nuestra vida, vos estás más cerca que nunca, aunque a nosotros nos sea tan difícil percibirlo por momentos.
Y así, nos animamos a salir a tu encuentro, guiados por tu voz, que no deja de llamarnos entre vientos y olas. Sabemos que tu abrazo nos espera aún en medio de la angustia y la tristeza, de la desorientación y la incertidumbre.
Pero una cosa te pedimos: el no dejar nunca de tener la mirada fija en vos. Que podamos centrar nuestro corazón en tu amor, en tu fuerza, tu paz, para poder atravesar serenos la tormenta. Vos tenés siempre tus ojos sobre nosotros… danos la gracia de corresponder siempre a tu mirada, de contemplarte en pie sobre nuestros temores.
Y si el temor nos hace dudar y nos quiere arrastrar hacia el fondo, si nos atemorizamos frente al vendaval y empezamos a hundirnos… que podamos, como Pedro, tener la humildad de pedir ayuda, de gritar, “¡Señor, salvame!”. Para que una vez más tu mano nos aferre y sostenga de inmediato. Y así podamos volver a la barca de nuestra vida con un conocimiento más seguro y profundo de quién sos vos: el Señor de nuestra historia, el Vencedor de todas las muertes y angustias, el Hijo de Dios que nos acerca en todo momento el cuidado amoroso del Padre…
1 comentario:
Espectacular Edu!!!! como siempre, la palabra justa en el momento mas indicado... GRACIAS! Mery Lascu.
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