Uno de mis discos preferidos es "Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en
vivo en la Argentina". Entre canción y canción, cuando aparecen los
invitados que hicieron de ese recital un evento inolvidable, se escucha,
casi como un latiguillo, una frase que hoy fue más apta que nunca:
"Esta es una noche de bellas sorpresas". Así fue también este
inolvidable 13 de Marzo en Roma.
La primera sorpresa, con
todo, no fue de las más lindas. La CNN nos pidió una mano a los
sacerdotes argentinos para comentar en los distintos eventos de este
tiempo de transición. Y Sebastián, uno de mis compañeros, me pidió si
no podía ir hoy a cubrir la espera de la fumata a las oficinas que la
cadena informativa había establecido a unas cuadras del Vaticano.
Bastante a regañadientes, acepté. Sobre todo porque estaba convencido
que no teníamos Papa hasta el jueves o viernes. Aun así iba en el
tranvía con un tironeo interno importante.
Las
primeras horas fueron largas, frías y tediosas. Esperando la primera
fumata que nunca llegó. Con los dos periodistas, José Leví y Adriana
Hauser, hacíamos tiempo (y trote en el lugar para no morirnos de frío)
en la terraza del edificio, donde estaba armado el móvil.
Llegó
la hora de la fumata y a las siete... no pasaba nada. Tensión. Si la
cosa tarda, por algo será. ¿O no? Todo se movía en el terreno de la
conjetura. De golpe, empieza a salir el humo. Dudosamente gris al
principio... y en seguida, de un blanco contuntende. Lo primero que
sentí era que me quería morir. ¡Viendo todo por tele a menos de 500 m
de distancia! Pero los periodistas estaban muy entusiasmados. Por
suerte los dos eran personas de fe. Así que ahí la cosa empezó a tomar
otro color. La coordinadora del programa me mandó a la oficina a
esperar para no morir de hipotermia en el proceso de grabación. Así que
estaba ahí, viviendo un momento histórico... solo y delante del
televisor. Pero la verdad es que ya me importaba menos.
Al
rato, las luces de San Pietro se encendieron y sale Tauran, el
Cardenal Protodiácono para anunciar "una gran alegría" al pueblo, que
atesta la plaza. Tenemos Papa... "Jorge" y ahí y casi me muero...
¡Bergoglio, obispo vecino, Papa! Y en seguida, la espera por el nombre.
El nombre de un Papa no es poca cosa. Tiene valor programático. Marca
un sendero. Un estilo. Una opción.
Y cuando dice
"Francisco", no Francisco I, sino sólo Francisco, se me derrite el
corazón y se me llenan los ojos de lágrimas. Vamos a tener un
Francisco. Por primera vez. Realmente, esta es una noche de bellas
sorpresas.
El primer papa americano.
El primero latinoamericano
El primer papa Jesuita... que se pone el nombre del fundador de otra congregación.
El primer papa argentino.
Un
papa que conozco, pienso. Al que escuché hablar, con el que concelebré
en su Catedral, y aún le pude hacer una pregunta en una conferencia.
Un papa que viaja en colectivo, conoce las villas...
Ya
estoy arriba de nuevo en el estudio y pido que me pasen audio para
escucharlo. Con el italiano, la roba un poco, como hacemos todos los
argentinos que vivimos acá.Pero habla con cariño. Con desenfado
porteño, y con sencillez de obispo, de pastor. Eso me gustó mucho. Habló
de ser obispo de Roma. De ser recibido y de pedir la oración de los
habitantes de la ciudad.
Nos hace rezar juntos. Y en un gesto que,
para los que lo hemos visto, no sorprende, pero sí conmueve, pide la
bendición antes de bendecir. Y nos despide sencillamente con un "buenas
noches y buen descanso".
Todavía quedan algunas notas
para dar, y me vuelvo a conmover cuando veo que los dos periodistas, al
terminar la cobertura, se abrazan. Están muy emocionados. Hay algo de
este acontecimiento que nos pertenece a todos. El teléfono empieza a
hervir de mensajes. Rubén, un amigo mormón; Sabri, una hermana mayor en
la fe; Mica, otra amiga que no es cristiana... todos escriben,
llaman... hay algo de esta alegría que alcanza a cada uno.
Llego
acá al colegio y obviamente casi nadie puede dormir. Estamos llenos de
entusiasmo. Yo me siento así. Entusiasmado. Y mejor aún, esperanzado.
Siento que el futuro está realmente en manos de Dios. Que todavía el
Jefe guarda algunos ases en la manga como para sorprendernos y
espabilarnos. Para que no olvidemos que la Historia sigue siendo suya.
Parafraseando el eslogan político de otro porteño como nuestro nuevo Sumo Pontífice...
Va a estar bueno Roma.
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