"Amor es desenredar marañas
de caminos en la tiniebla:
¡Amor es ser camino y ser escala!
Amor es este amar lo que nos duele,
lo que nos sangra bien adentro...
Es entrarse en la entraña de la noche
y adivinarle la estrella en germen...
¡La esperanza de la estrella!..."
Estas líneas de Dulce María Loynaz son parte un poema un poco más extenso y de una belleza inusual. Me gustan especialmente estos versos, que enlazan el amor y la esperanza.
Como sacerdote, una y otra vez me encuentro con situaciones límite. Donde la vida y la razón parecen decir "hasta acá". Muchas veces estas situaciones terminan como uno imagina que lo harán: en el fracaso, la muerte, la desilusión, la amargura.
Otras, sin embargo, contra todo pronóstico, se transforman. No diría que desaparece la dificultad o el dolor. Pero se da un proceso de cambio. Casi siempre, empieza con un gesto de amor. Alguien se anima a intuir un después. Se da un paso o un gesto de perdón. Se recogen los restos y las ruinas de un proyecto pensando en que de ellos se puede sacar algo nuevo, con una certeza loca e infundada. Infundada para quien no tenga esa mirada de amor.
No se trata, sin embargo, de tener más fuerza de voluntad (aunque a veces, ¡tantas!, se la requiere). Ni de ser más inteligentes. Creo que pasa sobre todo por tener un corazón que, porque sabe de sufrimiento y de amor, sabe también de las potencialidades escondidas en las horas más oscuras. Y aún entonces, ese corazón necesita de otros, que con su cariño y su ternura nos lleven hacia la luz.
Yo he tenido la suerte, en mi vida, de encontrarme muchas veces con personas así. De esas que descubren siempre lo que está germinando en el barro. Mujeres y hombres (aunque, lo tengo que confesar, creo que ganan las mujeres) que se juegan por lo que a veces sólo está presente en un sueño y apenas puede decirse realidad. Parteros de mundos nuevos.
Creo, sin embargo, que hacen falta muchísimos más. Hoy nos hace falta gente que ame, como siempre. Pero, tal vez más que nunca, que ame con amor esperanzado. Y esperanzador. Amigos de causas imposibles y perdidas. Personas que, por su manera de mirar, de sentir, de actuar, se convierten ellas mismas, sin querer, en un signo de que tal vez las cosas no tengan que ser como son. Y puedan ser de otra manera.
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