Aprender a ser lo que Dios sueña para nosotros, ser plenamente nosotros mismos es un proceso arduo, continuo y lleno de incertidumbres y retrocesos. Se trata de encontrar la propia voz, esa que sólo podemos encontrar a fuerza de animarnos a desafinar infinidad de veces. Sin embargo, sólo de esa manera se consolida nuestro estilo personal. Si no nos arriesgamos a ser repetidores o peor aún, podemos terminar convirtiéndonos en silentes resentidos.
El camino para encontrar nuestra verdadera voz reside en gran parte en vivir "en estado de discernimiento". Saber cribar aquello que en realidad no nos pertenece y que muchas veces proviene de miedos, presiones, de nuestro falso yo controlador, ansioso y con pretensiones de omnipotencia. Para esto es necesario desarrollar una capacidad de atención a lo que nos pasa, una escucha sincera y confiada de nuestro corazón que se traduzca en canto, aún cuando a nosotros nos suene a balbuceos confusos. Tarde o temprano el tarareo incoherente se convierte en música.
Una ayuda fundamental es encontrar con quienes compartir esa búsqueda. Los ensayos de otros alientan a continuar con los propios. Y si uno tiene suerte, se encuentra con un maestro, de esos que nos dan el espacio y la confianza necesarios para que nuestra voz empiece a resonar con más claridad.
Para los creyentes, se trata de encontrar la voz de Dios en nosotros. Sólo él tiene el secreto de nuestra canción. Me hace bien saber que él guarda mi secreto. ¡Si sólo dependiera de mí, podría perderlo! Pero él me va ayudando a descubrirlo. Y sólo cuando puedo distinguir su voz me doy cuenta que en esa melodía está mi propio canto, tan mío y al mismo tiempo puro don, puro regalo.
1 comentario:
¡Hermoso texto!
Respetos escuchados.
Natalio
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