Yo pasé junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo del amor. (Ez 16, 8)
"¡Mirame papá, mirame mamá!"... ¿cuántas veces lo habremos dicho y escuchado? La mirada de amor del otro nos consolida en el mundo, nos afirma en nuestro propio ser y valor. Somos rescatados del anonimato por la contemplación de los que nos quieren y se alegran simplemente de que seamos.
Es verdad, sin embargo, que no siempre se nos mira bien. Puede incluso llegar a pasar que carezcamos de una mirada así. Y si no aceptamos esa herida nos llenamos de resentimiento y nuestra necesidad de que esa mirada llegue a nosotros nos domina y puede llevarnos por caminos terriblemente autodestructivos.
Qué sanador cuando encontramos esa mirada. En un momento me animé a abrirme y a dejarme ver... y fui amado. Soy valioso y aceptado como soy.
Cada vez más, cuando estoy delante del sagrario o del icono del Sagrado Corazón que acompaña muchos de mis momentos de oración, percibo no tanto que veo algo, sino que soy visto. Con un amor y una aceptación que sacan lo mejor de mi y disipan todos mis fantasmas.
1 comentario:
Que buen regreso!
Un beso,
Cris M
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