La unidad de vida es un regalo antes que un propósito o un esfuerzo. Al mismo tiempo, buscar la unidad de vida es responder a un deseo profundo del corazón: el de integrarse, unificando toda la vida en torno a algo que nos centre, que nos de un sentido profundo y nos lleve a ser plenamente nosotros mismos. Es poder alcanzar la libertad interior que nos permita realizar lo que Jesús sueña para nuestra vida, recuperar esa semejanza con Dios que habíamos perdido.
Para los cristianos, el camino es hacer de Jesús nuestro tesoro, pues “donde esté tu tesoro, estará tu corazón”. Es el modelo y la fuente de toda coherencia interna. En su ser no hay fisuras entre decir y obrar, entre ideal y realidad. Todo está pleno, perfecto, integrado. Jesús es plenamente él mismo delante de todos, sin miedos ni dobleces. Por eso mismo, puede entregarse, puede amar.
¡Porque de eso se trata la unidad de vida! La coherencia existencial no es una especie de pulcritud de boletín que uno tiene que lograr para dejar en paz la conciencia. Es crecer en capacidad de amor y entrega, unificando las fuerzas internas que tantas veces están dispersas por nuestras ambigüedades e inconsistencias.
El corazón entero de Jesús se entrega en la eucaristía. Por eso ella es para nosotros la raíz de toda unidad interior. Allí recibimos el amor que sana y libera, la comunión que nos permite disipar nuestras infidelidades… el amor de la eucaristía nos saca de la falsedad y nos lleva a la verdad y la libertad. Allí nuestra vida se va transfigurando progresivamente, y todo lo que somos se recapitula, se integra en el amor de Jesús.
Podríamos decir que Jesús repite en nuestro corazón lo que hizo con el pan en la última cena: nos toma (por completo, quiere llegar a todo lo que somos y tenemos), da gracias y bendice (nuestra vida entera es don del Padre a Jesús, y Jesús nos bendice, llenando cada rincón con su amor), nos parte (porque tenemos que atravesar las crisis, los dolores y las cruces que nos hacen llegar a la autenticidad, a la verdadera libertad) y nos entrega (nos hacemos alimento para los demás).
Es necesario recordar que todo esto… lleva mucho, mucho tiempo. Jesús nos trabaja artesanalmente, lentamente. Por eso mismo la Eucaristía, que es nuestro sacramento más importante, también es el más cotidiano. Al ver la reserva eucarística (la misma que adoramos y que tantas veces nos lleva a la oración) tomamos conciencia que el don de Jesús nos excede y nuestro corazón necesita hacer su proceso para asimilarlo (o mejor, para que Él nos asimile a nosotros en su Corazón). Cuando pedimos el pan de cada día pedimos también ese paso diario, ese crecimiento cotidiano, lento pero real hacia la verdadera unidad de vida, la que Jesús nos ofrece y que nos abre el camino para el amor y el servicio a los demás.
2 comentarios:
IMPRESIONANTE, Edu, gracias!!!
Muy bueno Edu, me encantó!
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